Elba Rocha es profesora de matemáticas. Profesora rural. No recuerdo otro lugar donde haya ejercido que no sea la escuela rural de Lo Cañas, colegio por donde pasamos los primos mayores durante nuestros primeros años de escuela. Todos, nietos de la señora Elba.
A pesar de estar completamente inmersa en la cultura rural, el razonamiento lógico-matemático heredado de la escuela normal le ha marcado toda su vida.
VivÃa en una parcelita colindante con la rivera del Zanjón de la Aguada, por aquellos años Quebrada de Macul, poco mas de un kilómetro al poniente del canal San Carlos, en la comuna de La Florida en Santiago.
La señora siempre fue noctámbula. Incluso ahora, le encantan las pelÃculas de trasnoche que dan por televisión. Y en aquellos años trabajaba hasta tarde corrigiendo pruebas, preparando material para los muchachos y cosas asÃ.
Hace algunos años, me contó un hecho peculiar que le ocurrió una de esas tantas noches de vigilia. Ya serÃan las 2AM y todos en casa dormÃan.
Sentada sola a la mesa del comedor corrigiendo pruebas de 4to básico, lo único que oÃa era el silencio y uno que otro grillo en busca de perpetuar la especie.
Estaba concentrada en sumas, restas, divisiones y multiplicaciones cuando un sonido le llamo la atención. No era usual algo asà a esas horas.
Era un lamento, un quejido, un llanto quizás. Se oÃa lejos. Su memoria geográfica le decÃa que provenÃa de la rivera de la quebrada, pero hacia arriba, hacia la cordillera, hacia el canal San Carlos, a mas de un kilómetro.
Siguió trabajando, y el lamento fue oyéndose mas cercano, como si quien lo emitiera viniera caminando rÃo abajo.
Cuando el sonido se distinguÃa sin problemas acuso el llanto de una mujer. Mi abuela no aguantó la curiosidad y armada con una linterna, emprendió los 500 metros que separan su casa de la rivera de la Quebrada de Macul.
La parcela goza de buena productividad, por lo que entonces e incluso hoy en dÃa, los árboles frutales la inundan de damascos, duraznos pelados y peludos, grandes ciruelas, almendras y uvas. Y en el centro del terreno el viejo nogal, que ya ha de tener mas de 50 años y unos 20 metros de altura. Mi abuela es bajita, metro cincuenta siendo algo bondadoso en la estimación (y con los años se ha puesto mas chica), y es bastante delgada. La imagen se me hace curiosa y no logro sentir mas que respeto por esta mujer, que con su enclenque figura se desplaza en medio de la mas profunda oscuridad al encuentro de este llanto que solo transmite desgarro y un sufrimiento que al mas fuerte helarÃa los huesos.
Y el alarido venÃa a su encuentro en un ángulo de 90 grados, se toparÃan sin lugar a dudas. Mi abuela apuró el tranco. La linterna solo alcanzaba a mostrarle los 2 o 3 metros que le precedÃan en su avance. La voz se oÃa a unos 100 metros, era una voz ronca, grave, desgarrada, pero inconfundiblemente era de una mujer.
Y cuando ya se aprestaba a llegar al fondo de la parcela, a unos tres o cuatro pasos del muro, la voz cesó. Se encaramó todo lo que pudo por sobre la división, y solo pudo asomar los ojos que enfundados en unos gruesos anteojos buscó y buscó. Vio claramente el rio. No se distinguÃa nada ni nadie. Solo oscuridad y el leve titilar de las estrellas. Alumbró con su linterna y la visibilidad mejoró levemente. De todos modos no ayudó en distinguir a quien hasta hace poco habÃa oÃdo.
Algo frustrada volvió a casa, a continuar con lo suyo. No transcurrieron 15 minutos desde que forzaba la vista por sobre el muro cuando vuelve a oÃr, allá lejos, en la rivera de la Quebrada de Macul cuando cruza el canal San Carlos, a mas de un kilómetro, un lamento, un quejido, un llanto.
Cerró el libro de notas donde registraba de seguro algún rojo, miró el reloj de la sala que acusaba que ya era pasaban las 2:30AM. Dio un bostezo y se fue a la cama.
Indudablemente puedes creer o no. Es tu decisión. Yo le creo.
Y como no hacerlo, es mi abuela.