
Anoche pasamos una pésima noche. Durante varias horas perros vecinos armaron un escandalo de proporciones a unos metros de mi ventana. Ladridos, gruñidos, chillidos y golpes contra la reja se encargaron de hacernos la noche difÃcil.
Lo que atraÃa tanto perro es nada menos que la lujuria provocada por el celo de Octavia, nuestra Beagle de 4 años que sufre de hipotiroidismo y en consecuencia un sobrepeso de un 70% que la hace parecer mas un perro salchicha que una curvilÃnea Beagle.
Fue tal el escandalo que Pamela me solicitó gentilmente que me hiciera cargo. Después de todo, soy el macho alfa de la manada, y debo velar por mi territorio y la salud fÃsica y mental de mis hembras, sean de la especie que sean.
Asà que abrà los ojos como pude, me incorporé y a tientas por la oscuridad llegué a la puerta de entrada que me conduce al jardÃn, lugar de residencia del objeto del deseo canino.
Tras sacar la alarma y abrir la puerta, Octavia acudió a mi llamado como es su costumbre, agitando su cola feliz de verme. Grande fue mi sorpresa al divisar 2 escoltas, malditos que habrÃan logrado escabullirse por la cerca para acosarla y seguramente intentar asaltarla sexualmente.
La hice entrar a casa rápidamente y la conduje al patio trasero donde estarÃa a salvo. Tras hacerme de un palo de escoba como única arma, volvà decidido ha resguardar mi territorio y mis hembras.
Una vez de regreso en las penumbras del jardÃn, tardo unos instantes en divisar a los degenerados que habÃan logrado penetrar mi fortaleza.
El de la derecha era simplemente escalofriante. Un Poodle de peinado coronado por un copete que orgulloso se me para de frente. Mi arma se abalanzó instintivamente rompiendo la noche con un silbido en búsqueda de su vÃctima.
El golpe fue seco en las caderas del monstruo pervertido, si bien no le provoqué ningún daño visible, fue lo suficientemente fuerte como para provocarle dolor, e intentara una fallida retirada que lo llevó a esconderse entre los arbustos.
Luego busqué al segundo, un par de metros a la izquierda. Esta vez reconocà al agresor. Se trataba del perro vecino. Un Cocker Spaniel café al que llaman Diego. El perro aquél ha tenido una vida difÃcil, lo han atropellado, se ha peleado con perros de mayor envergadura, lo han operado un par de veces y tiene una cojera constante.
Me dio lastima y preferà perdonarle la vida y la integridad fÃsica.
Caminé un par de metros hasta la reja y permità que ambos huyeran a la calle, donde los esperaban agazapados entre arboles y automóviles unos 4 o 5 perros mas.
Me mantuve de pie en la puerta, celebrando asà mi victoria y dejándole claro a cada animal que ahà deambulaba que ese era mi territorio, que aquellas eran mis hembras y que no estaba dispuesto a permitir que nadie vulnerara mis aposentos.
Porque yo, soy el macho alfa.
Me devolvà con la paz que te provoca el deber cumplido, deseando la recompensa que entre sabanas me aguardaba.
Pero se me fue un detalle. Un misero detalle.
En mi arremetida viril luego de dejar a Octavia a resguardo y volver al jardÃn, no me percaté que la puerta se cerró a mis espaldas. Y ahà me quedé… como macho recio y protector de mis hembras, en pijama, calado de frÃo, bajo las estrellas.
NOTA: Ningún animál resultó herido durante esta filmación.