¿Has hecho algo que a ratos crees correcto, y a ratos no? Y no te logras convencer. Ni de lo uno ni de lo otro. Y tomas la decisión temeroso. Y te sigues preguntando si fue correcta. Y te sientes caprichoso. Y te culpas de egoísta he irresponsable. Y el estomago se te contrae y te duele. Y estas nervioso. Casi tembloroso. Vas de un lado a otro, lleno de ansias. Ansias de tener la certeza de no haber herrado.
¿Es tanto lo que está en juego? ¿No podrías volver atrás?
¿Existen otras alternativas?, y ¿las verás en el camino?
Mis miedos son pocos. No soy un hombre asustadizo. Pero los considero grandes miedos, o al menos así me los vivo. Temo no ser lo que siempre he pensado y creído y anhelado ser. Temo ser egoísta. Temo ser irresponsable. Temo no cumplirle a mis niñas. Y temo en algún minuto ver como un vulgar capricho al culpable de todo.
He pensado mucho al respecto.
Del otro lado de la balanza, experiencias agrias y desagradables. Malos recuerdos.
Aquí, donde he pasado los peores momentos relativos a este ámbito de mi vida. Por lejos los peores.
Es doloroso que tus trancas del colegio y de la lejana he ignorante pubertad vuelven a aparecer. Y te golpean la cara de manera vil y vulgar. Con resentimiento, con envidia, con prejuicio.
Y justo cuando pensabas que eso había quedado atrás, allá, tan lejos. En el tiempo. Cuando haz adquirido la confianza necesaria para enfrentar la vida y echártela al bolsillo. Y caminas por ella con tanta seguridad que incluso te vez atractivo (si, acaso no lo haz vivido?, pues se puede).
Y te vuelve a pasar. Y te vuelven a ignorar. Y se ríen de ti. Y no les importa hacerlo a tus espaldas o en tu cara. Abusan de la inocencia que te da el ser nuevo en el barrio y no entender ni la mitad de lo que te hablan.
Si… cual colegial quinceañero. Que looser.
Bueno, todo eso quedó atrás nuevamente. Y ya no es el problema. Al igual que en aquella ocasión, lo superé. Y obtuve cierto reconocimiento. De aquel que no te importa ni mucho menos te interesa. De aquel que te resbala. Porque ya tu piel ha adquirido otro grosor. Y simplemente te interesa que la tormenta pase y tu vida vuelva a adquirir cierta tranquilidad.
Volví a caminar seguro. Quizás nunca más vuelva a echarme la vida al bolsillo, quizás por secuela del tipo “herida”, quizás aprendí alguna lección de humildad.
Y de paso, la carencia absoluta de apego afectivo al entorno. ¿Hay buena gente? Por supuesto, como en todos lados. ¿Y te importa? Ni un rabanito. Te vuelves frío, es la virtud de ser invisible.
Hoy enfrento el futuro con más resquemor. Me cuesta arriesgarme. Dudo. Ya no camino tan seguro. ¿Hago lo correcto? ¿Es el minuto de hacerlo? ¿Vale la pena?
No lo sé.
Con el tiempo espero, y ojalá así sea, obtendré las respuestas. Ahora lo importante es hacer. Y así luego sabré. Y algún día será.